jueves, 21 de julio de 2011

La (in)existencia en Facebook: puro simulacro

Hace un rato tuve en mis manos uno de los textos que hace tiempo me había prometido leer: La transparencia del mal (Jean Baudrillard / 1991). Me fui de paseo por sus letras y apenas en la página 29 lo alejé de mis manos. Me intimida un poco lo que encontré. No tanto por su título, sino por las referencias que trajo a mi mente respecto a Facebook, esa nueva ciudad en la que habitamos.
Desde que me mudé a ese “vecindario” azul, hace varios años, he visto cómo nuestra vida se convierte cada día en una reproducción indefinida de ideales, de fantasías, de imágenes y de sueños. Plantea Baudrillard en dicho trabajo que cuando las cosas, los signos y las acciones están liberadas de su idea, de su concepto, de su esencia, de su valor, de su referencia, de su origen y de su final –que en este caso diría es la forma de existencia tradicional, la de la existencia física, o sea, tú y yo en carne y hueso- entran en una autorreproducción al infinito.  
Cuando apareció Facebook comenzamos a sustituir una esfera por otra (la real por la de la socialización mediada por una computadora). Adoptamos como estilo general el del performance: creando una identidad digital, agrediendo las formas más básicas de privacidad, vigilándonos unos a otros y cambiando los encuentros en el espacio físico real por los que transcurren en la web (donde estamos todos pero ninguno existimos como en la realidad).
Usando palabras de Baudrillard –que él no usa para referirse a las redes sociales porque cuando las escribió era muy prematuro predecir esto, pero me tomo el atrevimiento usarlas por la pertenencia que le encuentro-   las redes sociales “han impuesto la ley de la confusión de los géneros”.  Facebook no representa un único universo temático. Tampoco los unifica todos de forma simultánea. Pero en esta red social cohabita lo sexual, lo político, lo estético. Es la representación de la locura de la vida cotidiana en una esfera de liberación y de los procesos colectivos de la masa.
Tantos son que me sería difícil contarlos. Ha diario veo cómo muchos usuarios hacen publicidad con su acciones, sus pensamientos y hasta sus cuerpos (¿o nunca has visto en un perfil la foto de alguien que se presenta como un simulacro erótico, convirtiendo su anatomía en un kitsch de pornografía posmoderna?).
Aquí me detengo para incluir una cita de Baudrillard que bien expone este asunto. “Ya no tenemos tiempo de buscarnos una identidad en los archivos, en una memoria, ni en proyecto o un futuro. Necesitamos una memoria instantánea, una conexión inmediata, una especie de identidad publicitaria que pueda comprobarse al momento. […] Cada cual busca su look. Como ya no es posible definirse por la propia existencia, sólo queda por hacer un acto de apariencia sin preocuparse por ser, ni siquiera por ser visto. Ya no existo, ya no estoy aquí sino soy visible, si no soy imagen –look, look. Ni siquiera es narcicismo, sino una extroversión sin profundidad, una especie de ingenuidad publicitaria en la que cada cual se convierte en empresario de su propia apariencia”.
Dicho esto, regreso a la lectura. Sigo ahora en la página 30.

lunes, 11 de julio de 2011

La (anti)privacidad que nos acecha

¡De lo que me he enterado en Facebook! De amoríos y desiluciones, de líos familiares, amores platónicos y confesiones de índole sexual.
¡La de fotos que he visto! Momentos apasionados, incidentes inesperados y perdí la cuenta de las que muestran más piel de lo que el ojo necesita ver.
El ciberespacio es, en teoría, un conjunto de actividades digitales almacenadas automáticamente y cada minuto que pasa se convierte en una inminente amenaza para el significado más básico de la noción de privacidad.
Lo que hacemos en nuestra casa -entre paredes de cemento- se supone privado, como también los documentos escritos que se envían por correo, de ahí el uso de un sobre. Pero la privacidad en el espacio físico nada tiene que ver con la que se promueve en la escena digital. Una generación entera está creciendo al ritmo de las redes sociales, con la costumbre de desplegar información personal para que sus amigos la vean.
Privacidad no significa lo mismo para ti y para mí, claro está, pero en lo que todos podemos estar de acuerdo es en que cada vez nos mostramos más dispuestos a divulgar información personal -fotos, fecha de cumpleanos, ciudad natal, dirección de correo electrónico, número de teléfono y por ahí puedes seguir enumerando- sin detenernos a razonar porqué.
"La gente dice que su privacidad es importante, pero se comporta de tal forma que se hace evidente la falta de preocupación por ella", dice Alessandro Acquisti, profesor de gestión política, como parte de un análisis al respecto. "Uno de los factores para esto puede ser el efecto manada". Un estudió revela que las personas divulgan información cuando ven a otras haciendo lo mismo.
 Si en nuestra casa y trabajo protegemos nuestra privacidad, ¿qué será lo que ocurre cuando se cruza la frontera con el espacio cibernético? La tecnología y la sociedad, cuando están juntas, borran ciertas líneas entre los conceptos básicos que antes moldeaban la cotidianidad. ¿Qué te hace pensar que a los Otros les interesa saber todo lo que piensas y haces? ¿Cómo cobra auge ese afán por mostrarnos a cada instante de una forma tan reveladora?
Mientras surgen respuestas a tales interrogantes -si es que en algún momento eso ocurre- les comparto la que ofrece Bauman (2007) en su libro Vida de consumo: las personas exponen con entusiasmo sus atributos con la esperanza de llamar la atención y, quizás, ganar algo de ese reconocimiento y esa aprobación que les permitiría seguir en el juego de la socialización; estando dispuestos a promocionar y a poner en venta el producto que son en sí ellos mismos. Son, de forma simultánea, los productores del producto y el producto que promueven. Son, al mismo tiempo, encargados de la mercancía, vendedor ambulante y artículo en venta.

Esa afirmación, al menos por ahora, me contesta mucho.

miércoles, 6 de julio de 2011

¡Que siga la función en Facebook!


Ni programas de televisión, obras teatrales ni conciertos. No es a ese tipo de espectáculo al que me quiero referir. Si no, al nuestro, al que protagonizamos en Facebook; del que todos formamos parte –a conciencia o no- mientras interactuamos en dicha red social. Te explico.
En su definición más básica, espectáculo implica dos cosas: una función o diversión pública que despierte interés en ser presenciada y, por otro lado, que personas se congreguen para presenciarla. A este punto ya debes tener claro el parecido que quiero establecer con Facebook.
Para que se constituya el espectáculo debe estar también el factor distancia. Como tú y yo en este momento, que estamos conectados, pero imposibilitados del contacto físico. Es decir, nuestros cuerpos no hacen falta para materializar este tipo de encuentro mediado por la pantalla de una computadora.
La espectacularidad está ligada también con cuerpos en movimiento, que trabajan mientras tienen sobre sí la mirada del espectador. Existe entonces una mirada, una distancia, un cuerpo que se exhibe para seducir, para atrapar la mirada del Otro. ¿Vas entendiendo? Piensa en la dinámica de Facebook como modelo de red social: con tus acciones en el perfil –mostrando fotos y texto- quieres provocar en mí –desde la distancia- el deseo de “mirarte”, te (re)defines, te (re)construyes frente a mi ojo.
No sería justo de mi parte abordar este asunto sin remitirme a la obra de Guy Debord (1967) al plantear su modelo de la Sociedad del Espectáculo, pues dentro del mundo cibernético se crean las condiciones propicias para que cobre esta dimensión. Para Debord, el espectáculo transcurre donde el mundo real se cambia por simples imágenes –haz el cálculo de cuantas fotos tienes en tu perfil para (re)crearte-  y esas imágenes se convierten en seres reales.
Las redes sociales se oficializan como nueva plataforma de la Sociedad del Espectáculo. Físicamente es imposible estar, pero las imágenes almacenadas le van dando forma a esa sensación de vivir en sociedad, de mantener una conexión con los Otros. En síntesis, desde la óptica de Debord, el espectáculo no es el conjunto de imágenes, sino una relación social entre personas mediatizada por imágenes. ¿Comprendido el concepto?


lunes, 4 de julio de 2011

"Más falso que un amigo de Facebook..."

Pido disculpas. Si eres uno de mis “amigos” en Facebook y hace tiempo que no recibes noticias mías, no lo tomes personal. Más bien, le echo la culpa a la falta de tiempo. O, quizás, al hecho de que nunca te he visto en persona, a que no te conozco, a que la única referencia que tengo tuya es la información que has escogido desplegar en tu perfil (y no sé si creerla, pues la has seleccionado a juicio de crear una buena impresión. ¿O pondrías algo que te haga deslucir?)
Cuento a esta hora con 1,236 “amigos” en la red social. No llevo el conteo a diario, es sólo que quise ir al detalle luego de encontrar en una página web los resultados del estudio denominado Pew Internet & American Life Project, a través del cual se investigaron y analizaron las relaciones sociales en la red azul. Conclusión: Por cada 100 amigos en Facebook a siete de ellos no los conocemos en persona. Se agrega, además, que dos de cada diez de nuestros seguidores son amistades de nuestra época escolar, el 12% familiares lejanos, uno de cada diez son compañeros de trabajo o de la universidad  (9%),  amigos de amigos (7%) o vecinos (2%). De este panorama es que sale la frase que corría por Twitter  “eres más falso que un amigo de Facebook”.
Así como sucede con esta simulación –la de un entorno virtual poblado de “amigos”- nos encontramos de frente con otras concepciones que han alterado la forma convencional de conocernos, saludarnos, encontrarnos y exhibirnos.  La configuración individual ahora es otra: cada quien venido a ser una especie de máquina con ansias de celebridad, de ser visto;  objetivos todos de una gigantesca publicidad que se hace del mundo a través de la tecnología y las imágenes, y que invita a mostrar sin reparos todas nuestras pasiones.
Este asunto de relacionarnos a veces se torna complicado. Mientras estemos en Facebook somos una comunidad que posee su propuesta sobre las formaciones socioculturales. Contamos con herramientas  – una foto, un vídeo o un texto- para conectar y ser conectados. Vives tu vida cada día involucrado en esta escena tecnológica. No te veo, pero me lo cuentes todo en tu “muro”. No te llamo, pero me enteras de todo lo que piensas y sientes. No te toco, pero puedo construir tu acontecer diario con sólo rastrear tu perfil.
La vida vivida adquiere en Facebook una nueva noción. Y la que nos queda por vivir, también. Es en la posibilidad de registrar la realidad de forma tecnológica donde se centra el mayor atractivo de las redes sociales. Yo lo sé. Tú lo sabes. Y nuestros miles de “amigos” también.

jueves, 30 de junio de 2011

Vigílame, que yo te vigilo...

Participar en Facebook es como estar en una cárcel. El principio básico de una prisión es la vigilancia y de eso hay mucho en esta red social. No lo digo yo. El planteamiento original le pertenece a sociólogos y pensadores que han adoptado una interpretación, digamos que teórica, para interpretar este asunto. A mí me hace sentido. Piénsalo tú.
Cuando creamos nuestros perfiles -a conciencia de que estamos desplegando datos personales que antes se suponían privados- indirectamente hacemos un llamado a los demás usuarios de la red para que nos presten atención, para que dirigan su mirada hacia nosotros. Y esa escena se repite cada vez que subimos una foto, o un vídeo, o actualizamos nuestro estatus en el muro. Es decir, a cada instante estamos diciendo a los Otros: "mírame, que estoy aquí".
El detalle es que, aunque tengamos conciencia de ello, es imposible saber cuándo y quién nos está "vigilando". Y esa es la propuesta que Jeremy Bentham hizo hace tiempo atrás (1971) cuando disenó el Panóptico, modelo de lo que supondría ser la cárcel más segura. En su interior no tenía muros. La vigilancia quedaba interiorizada en el recluso de tal forma que se supiera vigilado en todo momento, sin saber por quién, sin poder ver en ningún momento los ojos del vigilante. La dictadura de la mirada lo controla todo. No hay donde esconderse. ¿Encuentras ahora el parecido con Facebook?
Anders Albrechtslund, un universitario danés, denomina esto como "vigilancia participativa" y lo vincula a la manera de establecer relaciones voluntarias con otras personas, en una especie de exhibicionismo que nos resulta "liberador".
¿Cuándo fue la vez pasada en que visitaste un perfil ajeno para "vigilar" la vida del Otro? ¿Por qué lo haces? ¿Pensaste en que al mismo tiempo, sin tú imaginarlo, alguien probablemente entraba al tuyo para "vigilarte"? No sé si te habías planteado esto, pero lo cierto es que las redes sociales nos permiten nuevas formas de percepción e interacción. Cada vez más, aportan otras dinámicas de relacionarnos sin necesidad de encontrarnos físicamente. Nuestro nuevo modo de interactuar está mediado por la pantalla de una computadora, por los textos y las imágenes. Vivimos a diario una relación social mediatizada por imágenes, tal como planteó Guy Debord en su discurso sobre la Sociedad del Espectáculo.
De eso es que se trata. Facebook es el espacio donde el mundo real se vuelve simples imágenes, pero eso es tema para otra ocasión.

¿Y si se acaba Facebook?

No me parece que la gran mayoría de mis “amigos” en Facebook sepan quién es Jeffrey Cole. Si así fuera, me atrevo a decir que algunos no simpatizarían mucho con este experto en redes sociales y medios de comunicación en Internet. En un foro de mercadeo digital celebrado hace unos meses en Sídney, Australia, se atrevió a pronosticar que dicha red social no sobrevivirá más allá del 2015. Es decir, que según él, a Facebook le restan, en el mejor de los casos, cuatro años y seis meses de vida.
Para muchos sus declaraciones carecen de sentido y fundamento, pero lo cierto es que la palabra de Cole tiene crédito desde que vaticinó la merma en popularidad que tendría MySpace tras el auge que fue cobrando el gran regalo que nos ha hecho Marck Zuckerberg. Parece ilógico pensar que desaparecerá una red social que a esta fecha cuenta con 500 millones de usuarios en todo el mundo. Pero según sus comentarios, Facebook será víctima de un olvido paulatino, sencillamente porque vendrá una evolución que propiciará el que nuevas redes sociales más específicas cobren mayor protagonismo.
El solo hecho de pensar en esta posibilidad, me atrevo a decir, le provocará desvelo a quienes han convertido a Facebook en su nueva plaza pública, en el espacio por excelencia para socializar y compartir información con amigos y conocidos.
Lo cierto es que esta red social goza de un nivel de popularidad inimaginable, aunque en ciertos lugares se hace ya evidente cierto recelo al respecto. En Francia, por ejemplo, está prohibido desde el pasado fin de semana mencionar las palabras Facebook y Twitter en la radio y la televisión, pues el Consejo Superior Audiovisual, que controla la normativa de ambos medios informativos,  considera que hacerlo le regala  publicidad clandestina. No creo que esta medida perjudique mucho a la red social, como tampoco pienso que la mayoría de los usuarios se tome en serio el irreverente pronóstico de Colen.
Lo que sí se hace predecible es que ahora es Facebook, pero más adelante será otra la moda. Nada dura para siempre, y menos en el siempre cambiante mundo de la tecnología web. Ya aparecerá una red social con mayores atractivos para las tantas personas –demasiadas, me parece a mí- que están fascinadas con la posibilidad de ponerle fin a su anonimato y vivir el instante de fama que le regala cada actualización que hacen en su muro. Ya lo dijo Neil Postman en sus cinco advertencias sobre el cambio tecnológico, que  tendemos a hacer de los medios algo mítico. Y usa el término mítico citando al crítico literario francés Roland Barthes, respecto a la tendencia común a pensar en las creaciones tecnológicas como si fueran creaciones divinas, como si formaran parte del orden natural de las cosas.