jueves, 30 de junio de 2011

Vigílame, que yo te vigilo...

Participar en Facebook es como estar en una cárcel. El principio básico de una prisión es la vigilancia y de eso hay mucho en esta red social. No lo digo yo. El planteamiento original le pertenece a sociólogos y pensadores que han adoptado una interpretación, digamos que teórica, para interpretar este asunto. A mí me hace sentido. Piénsalo tú.
Cuando creamos nuestros perfiles -a conciencia de que estamos desplegando datos personales que antes se suponían privados- indirectamente hacemos un llamado a los demás usuarios de la red para que nos presten atención, para que dirigan su mirada hacia nosotros. Y esa escena se repite cada vez que subimos una foto, o un vídeo, o actualizamos nuestro estatus en el muro. Es decir, a cada instante estamos diciendo a los Otros: "mírame, que estoy aquí".
El detalle es que, aunque tengamos conciencia de ello, es imposible saber cuándo y quién nos está "vigilando". Y esa es la propuesta que Jeremy Bentham hizo hace tiempo atrás (1971) cuando disenó el Panóptico, modelo de lo que supondría ser la cárcel más segura. En su interior no tenía muros. La vigilancia quedaba interiorizada en el recluso de tal forma que se supiera vigilado en todo momento, sin saber por quién, sin poder ver en ningún momento los ojos del vigilante. La dictadura de la mirada lo controla todo. No hay donde esconderse. ¿Encuentras ahora el parecido con Facebook?
Anders Albrechtslund, un universitario danés, denomina esto como "vigilancia participativa" y lo vincula a la manera de establecer relaciones voluntarias con otras personas, en una especie de exhibicionismo que nos resulta "liberador".
¿Cuándo fue la vez pasada en que visitaste un perfil ajeno para "vigilar" la vida del Otro? ¿Por qué lo haces? ¿Pensaste en que al mismo tiempo, sin tú imaginarlo, alguien probablemente entraba al tuyo para "vigilarte"? No sé si te habías planteado esto, pero lo cierto es que las redes sociales nos permiten nuevas formas de percepción e interacción. Cada vez más, aportan otras dinámicas de relacionarnos sin necesidad de encontrarnos físicamente. Nuestro nuevo modo de interactuar está mediado por la pantalla de una computadora, por los textos y las imágenes. Vivimos a diario una relación social mediatizada por imágenes, tal como planteó Guy Debord en su discurso sobre la Sociedad del Espectáculo.
De eso es que se trata. Facebook es el espacio donde el mundo real se vuelve simples imágenes, pero eso es tema para otra ocasión.

¿Y si se acaba Facebook?

No me parece que la gran mayoría de mis “amigos” en Facebook sepan quién es Jeffrey Cole. Si así fuera, me atrevo a decir que algunos no simpatizarían mucho con este experto en redes sociales y medios de comunicación en Internet. En un foro de mercadeo digital celebrado hace unos meses en Sídney, Australia, se atrevió a pronosticar que dicha red social no sobrevivirá más allá del 2015. Es decir, que según él, a Facebook le restan, en el mejor de los casos, cuatro años y seis meses de vida.
Para muchos sus declaraciones carecen de sentido y fundamento, pero lo cierto es que la palabra de Cole tiene crédito desde que vaticinó la merma en popularidad que tendría MySpace tras el auge que fue cobrando el gran regalo que nos ha hecho Marck Zuckerberg. Parece ilógico pensar que desaparecerá una red social que a esta fecha cuenta con 500 millones de usuarios en todo el mundo. Pero según sus comentarios, Facebook será víctima de un olvido paulatino, sencillamente porque vendrá una evolución que propiciará el que nuevas redes sociales más específicas cobren mayor protagonismo.
El solo hecho de pensar en esta posibilidad, me atrevo a decir, le provocará desvelo a quienes han convertido a Facebook en su nueva plaza pública, en el espacio por excelencia para socializar y compartir información con amigos y conocidos.
Lo cierto es que esta red social goza de un nivel de popularidad inimaginable, aunque en ciertos lugares se hace ya evidente cierto recelo al respecto. En Francia, por ejemplo, está prohibido desde el pasado fin de semana mencionar las palabras Facebook y Twitter en la radio y la televisión, pues el Consejo Superior Audiovisual, que controla la normativa de ambos medios informativos,  considera que hacerlo le regala  publicidad clandestina. No creo que esta medida perjudique mucho a la red social, como tampoco pienso que la mayoría de los usuarios se tome en serio el irreverente pronóstico de Colen.
Lo que sí se hace predecible es que ahora es Facebook, pero más adelante será otra la moda. Nada dura para siempre, y menos en el siempre cambiante mundo de la tecnología web. Ya aparecerá una red social con mayores atractivos para las tantas personas –demasiadas, me parece a mí- que están fascinadas con la posibilidad de ponerle fin a su anonimato y vivir el instante de fama que le regala cada actualización que hacen en su muro. Ya lo dijo Neil Postman en sus cinco advertencias sobre el cambio tecnológico, que  tendemos a hacer de los medios algo mítico. Y usa el término mítico citando al crítico literario francés Roland Barthes, respecto a la tendencia común a pensar en las creaciones tecnológicas como si fueran creaciones divinas, como si formaran parte del orden natural de las cosas.