Hace un rato tuve en mis manos uno de los textos que hace tiempo me había prometido leer: La transparencia del mal (Jean Baudrillard / 1991). Me fui de paseo por sus letras y apenas en la página 29 lo alejé de mis manos. Me intimida un poco lo que encontré. No tanto por su título, sino por las referencias que trajo a mi mente respecto a Facebook, esa nueva ciudad en la que habitamos.
Desde que me mudé a ese “vecindario” azul, hace varios años, he visto cómo nuestra vida se convierte cada día en una reproducción indefinida de ideales, de fantasías, de imágenes y de sueños. Plantea Baudrillard en dicho trabajo que cuando las cosas, los signos y las acciones están liberadas de su idea, de su concepto, de su esencia, de su valor, de su referencia, de su origen y de su final –que en este caso diría es la forma de existencia tradicional, la de la existencia física, o sea, tú y yo en carne y hueso- entran en una autorreproducción al infinito.
Cuando apareció Facebook comenzamos a sustituir una esfera por otra (la real por la de la socialización mediada por una computadora). Adoptamos como estilo general el del performance: creando una identidad digital, agrediendo las formas más básicas de privacidad, vigilándonos unos a otros y cambiando los encuentros en el espacio físico real por los que transcurren en la web (donde estamos todos pero ninguno existimos como en la realidad).
Usando palabras de Baudrillard –que él no usa para referirse a las redes sociales porque cuando las escribió era muy prematuro predecir esto, pero me tomo el atrevimiento usarlas por la pertenencia que le encuentro- las redes sociales “han impuesto la ley de la confusión de los géneros”. Facebook no representa un único universo temático. Tampoco los unifica todos de forma simultánea. Pero en esta red social cohabita lo sexual, lo político, lo estético. Es la representación de la locura de la vida cotidiana en una esfera de liberación y de los procesos colectivos de la masa.
Tantos son que me sería difícil contarlos. Ha diario veo cómo muchos usuarios hacen publicidad con su acciones, sus pensamientos y hasta sus cuerpos (¿o nunca has visto en un perfil la foto de alguien que se presenta como un simulacro erótico, convirtiendo su anatomía en un kitsch de pornografía posmoderna?).
Aquí me detengo para incluir una cita de Baudrillard que bien expone este asunto. “Ya no tenemos tiempo de buscarnos una identidad en los archivos, en una memoria, ni en proyecto o un futuro. Necesitamos una memoria instantánea, una conexión inmediata, una especie de identidad publicitaria que pueda comprobarse al momento. […] Cada cual busca su look. Como ya no es posible definirse por la propia existencia, sólo queda por hacer un acto de apariencia sin preocuparse por ser, ni siquiera por ser visto. Ya no existo, ya no estoy aquí sino soy visible, si no soy imagen –look, look. Ni siquiera es narcicismo, sino una extroversión sin profundidad, una especie de ingenuidad publicitaria en la que cada cual se convierte en empresario de su propia apariencia”.
Dicho esto, regreso a la lectura. Sigo ahora en la página 30.